23 de julio de 2015

Caminos

He recorrido pocos senderos, lo sé. Pero una noche a la luz de una llama menor a una vela, que solo me alumbraba mis pies, lo encontré.
Allí estaba a los lejos, las dos montañas mas hermosas que he visto. En la pradera acampé esa noche. La hierba y la tierra aún estaba caliente, después de todo el día recibiendo la luz del Sol, y a pesar de que era de madrugada, estaba tibia, pero era muy reconfortante.

Antes del amanecer, la impaciencia me invadió y la curiosidad quería aplacar. Decidí subir por la pradera hasta llegar a las faldas de ambas montañas. Mi paso era lento, ya que de las vistas quería vislumbrar. A medida que iba subiendo, el paso era más difícil, pero no me importaba ya que la nieve era síntoma de que empezaba a llegar a la cumbre de una de las montañas. Mis pies caminaban por nieve virgen, por lo que mis pies al hundir mis botas en ella, sentía como si pisase un nube. Al llegar a la cima, pude aprovechar y beber agua, ya que al subir la empinada cuesta de la gran montaña, me encontraba cansado. Aproveche y una vez arriba me quedé impresionado de las vistas de la pradera y de las tierras que detrás de la montaña aún me esperaba.

Una vez esperado el tiempo prudencial, decidí descender. Al fin y al cabo era un explorador y tenía ganas de saber aún mas que me esperaba al final de aquel nuevo camino.
Me sorprendió gratamente, cuando encontré aquella y maravillosa cueva. Era cálida y tenía muchísima humedad, pero poco a poco me fui introduciendo para poder explorar y conocer más aquella cueva, que de entrada me fascinó.
A medida que entraba, tocaba cada una de las paredes, y a medida que me iba metiendo mas en la cueva, mis manos cada vez se humedecían más, hasta el punto de tener las manos empapadas.
Pareciera, que el agua de la montaña iba a desembocar allí, ya que una vez llegado al final del camino encontré un manantial natural, en el que brotaba y brotaba el mejor agua que he probado,
Una vez satisfecho mi curiosidad, salí de la cueva y decidí quedarme a dormir una noche a los alrededores.
Pero pronto me dí cuenta de que, apreciaba aquél lugar y realmente era un sitio bonito y reconfortante, por lo que mis noches y mis días a partir de ahora descansaría en aquellas y bellas montañas. Por el resto de mis días

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